3. LOS DUROS COMIENZOS
 

Rocío  Jurado

3. LOS DUROS COMIENZOS


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Después de tanto luchar para conseguir que la dejaran viajar hasta Madrid, tuvo una llegada desastrosa. Debido quizás a las incomodidades del viaje, Rocío y su madre cogieron una gripe tremenda, con muchísima fiebre y un gran malestar por todo su cuerpo.

"Nada más llegar a Madrid, las dos nos pusimos malas, tanto mi madre como yo cogimos un resfriado que fue demasiado. Es que no estábamos acostumbradas al tren, a los trayectos tan largos, al clima de Madrid... Nosotras dos malísimas en la cama de aquella pensión, totalmente mareadas que se nos movía toda la casa, porque teníamos el traqueteo del tren metido en las sienes. Por si fuera poco, la habitación estaba cerca del ascensor y nos pasábamos todo el tiempo oyéndolo y hasta parecía que se movían las losas del suelo"





 







El día que debía acudir a la cita fijada con el abogado que le había escrito la carta, ninguna de las dos pudo acudir debido a las altas temperaturas. Por lo que se quedaron sin las pruebas para la televisión, enfermas y sólo contando con las ocho mil pesetas que les había dado el abuelo. Rosario, su madre le decía:


"¡Vámonos a casa, Rocío, que hasta que te conozcan en esta ciudad con esas casas tan grandes!..."

Pero Rocío no podía volver a Chipiona con las manos vacías, estaba preparada para lo peor y nunca le asustaron los obstáculos, quizá porque ya estaba acostumbrada a tener que ir salvándolos. Aunque no conocían a nadie en aquella gran ciudad, poco a poco aprendieron a moverse por ella y así se enteraron de que el maestro Quiroga tenía una academia de música. La idea les pareció muy buena a la madre y a la hija, ya que veían ahí una posibilidad de que la oyera cantar y le diera un trabajo con el que empezar.

 

El precio de la academia del maestro Quiroga era bastante elevado para su escasa economía, pero lo consideraron casi como una inversión para lograr el objetivo que se habían propuesto. Lo malo fue que tampoco en esta ocasión iban a salir las cosas tal como las había pensado. En la academia en cuestión sólo veían al maestro Quiroga de nombre, ya que en persona no acudía nunca. El encargado de impartir las clases y de acompañar a los alumnos al piano era Alejandro del Valle, a quien le gustó la voz de la joven y le permitió acudir a las clases, pagando eso sí, las cuotas fijadas.

"La cuota que había que pagar no era muy alta, aunque a mí, contando con nuestros medios, me parecía una fortuna. Por otra parte, teníamos muchos gastos y las ocho mil pesetas que nos había dado el abuelo pronto se quedaron en nada. Llegó un momento en que no podíamos pagar la pensión y mi madre decidió que nos volvíamos a Chipiona"





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La situación era realmente crítica para las dos mujeres, En una ciudad inmensa, sin dinero, sin familia ni amigos que las respaldaran y sin posibilidades de que aquello que habían ido a buscar: que la niña se hiciese cantante, pudiera alcanzarse, ya que se habían desengañado de conseguir algo asistiendo a las clases de aquella academia. El abuelo Antonio tenía razón. La había dejado ir a Madrid, tan solo con el propósito de que se desengañara para siempre y dejara de soñar con ser artista. Realmente había llegado la hora de regresar con la cabeza agachada y reconocer que todo aquello había sido un grave error. Sin embargo, el destino estaba escrito y Rocío tenía que dedicarse a la música por encima de todo.


Por ello, en el último momento y casi por un golpe de suerte, se acordó de una señora que solía pasar los veranos en Chipiona y que vivía en Madrid. Se trataba de doña Concha Fernández, la mujer de un torero al que llamaban "El Johnny", que en aquel momento estaba en la cuadrilla de Curro Girón, aunque antes había estado también en la de Antonio Ordóñez y en la de Luis Miguel Dominguín. Por todo ello, esta señora que conocía a Rocío desde muy pequeña, estaba muy bien relacionada con muchos personajes no sólo del mundo del toreo, sino también del cante, que era lo que le interesaba a ella.

Hasta entonces todo les había salido tan mal que para compensar al menos todos los desengaños, algo les debía salir bien y en efecto así fue. Concha Fernández las recibió con muchísimo afecto, tomándose también mucho interés por la carrera de la joven Rocío, a quien había oído cantar en Chipiona y a la que estaba segura que podía ayudar a triunfar. Preparó una cita en la que presentó a Pastora Imperio y a Gitanillo de Triana a las dos mujeres. Este último poseía un tablao flamenco en Madrid, "El Duende", al que acudían muchísimas figuras importantes de todos los ámbitos. Le gustó la chiquilla y la contrató como palmera para su local.

"Yo que me sabía canciones españolas tipo Marifé de Triana, Estrellita Castro y demás tuve que aprender flamenco escuchando discos para actuar en el tablao"





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De aquella época también recuerda que le impresionó mucho conocer a figuras a las que siempre había admirado muchísimo, como eran Pastora Imperio, Juanita Reina y que tanto influyeron en su carrera, ella las define así:


"Pastora Imperio es una mujer legendaria, una reina de su época, una gitana de esas para escribirla. Yo la conocí siendo ya mayor, pero en ese poquito tiempo en que la traté me resultó muy entrañable y llegué a quererla y admirarla profundamente. Juanita Reina por su lado, siempre me ha parecido una verdadera reina de la escena, ha sabido decir la canción donde la garganta se cierra y se quiebra la voz para el sentimiento, sin perder el señorío. Y eso es muy importante"





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Después de esa bocanada de aliento que supuso su trabajo en El Duende, deciden quedarse en la capital y emprender el camino que se habían propuesto al salir de su pueblo natal. Vestida con traje de volantes y zapatos de tacón, con el pelo recogido en un moño como mandaban los cánones, se integra en el cuadro flamenco que acompaña a otras figuras del cante, primero dando palmas y jaleando y luego cantando fandangos de Huelva y canciones del tipo: "y tuvo que ser tu boca, tuvieron que ser tus labios... " Por todo ello, le pagaban trescientas pesetas por noche, que le permitían a ella y a su madre poder vivir con cierta soltura.

 

"Cuando empecé en El Duende, allá por el año 1962, mi nombre artístico era Rocío a secas. Me tenía que vestir en una covacha, debajo de una escalera. Cuando entraba la policía al tablao a hacer la ronda, tocaban un timbre arriba, en el guardarropa y enseguida me sacaban del cuadro y me escondían en la covacha hasta que se marcharan, ya que al ser menor de edad no podía estar trabajando a aquellas horas y en aquél local"



Gracias a su voz, fue subiendo poco a poco de categoría, hasta llegar a cerrar el cuadro. Firmó primero un contrato por tres meses, que sería renovado por otros tres meses más y, al ser ya solista, por un sueldo más elevado. Desde siempre, Rocío ha sido muy propensa a resfriarse, y siempre que esto ocurría se marchaba a Chipiona hasta que estaba totalmente restablecida, ya que el clima de Madrid muchísimo más frío, no le sentaba nada bien. Gracias a aquello de uno de aquellos impresionantes resfriados, Gitanillo de Triana le subió el sueldo. La anécdota sucedió así:

"Al principio de trabajar en El Duende me pagaban trescientas pesetas por hacer palmas toda la noche, después pasamos a las quinientas y no creo que me hubiera subido más a no ser por mis frecuentes catarros. Cuando cogía alguno me iba inmediatamente a Chipiona, hasta que un día Gitanillo de Triana se creyó que era un poco truco para que me pagaran más y me mandó un telegrama que decía: "A Rocío ya se le puede pasar el resfriado, que le subimos el sueldo a mil quinientas pesetas", pero la verdad es que no era ningún truco y aún hoy suelo resfriarme muchas veces"





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En aquel tablao madrileño se solían dar cita grandes personalidades para admirar el genuino arte de aquella jovencísima andaluza. Así, su belleza fue plasmada en una servilleta del local por el propio Salvador Dalí, quien le expuso su profunda admiración y le vaticinó un gran éxito. Otro personaje de aquella época a quien Rocío no puede tampoco olvidar era la guapísima actriz norteamericana Ava Gardner, que era una gran aficionada al flamenco y por ello siempre se dejaba caer en aquel tablao, cuando por alguna circunstancia estaba en Madrid rodando una película o de vacaciones. Ava Gardner se tomaba alguna copita y sentándose en las escaleras le decía "Rocío cántame unos cantes pequeñitos" refiriéndose a los fandangos. Tanto la cantante como su mare se emocionaban no sólo por conocer a una actriz tan famosa que se mostraba a su vez muy cariñosa con ellas, sino porque desde siempre había sido la actriz preferida de su padre, y esto les recordaba a don Fernando, que hubiera estado muy contento, si hubiera podido conocerla personalmente.

En aquellos años Rocío tenía un gran complejo: sus manos. En el pueblo siempre habían gustado las mujeres un poco entradas en carnes y con las manos regordetas, por eso ella se sentía un tanto acomplejada al ser tan delgada y tener aquellas manos tan grandes. En su familia le solían decir: "¡Esta niña es toda manos!" . Sin embargo pronto abandonaría sus vergüenzas y sería en aquel primer tablao en el que trabajaba.


"Cuando empecé a trabajar en El Duende, me escondía las manos. Una la metía detrás de la silla del tocaor de guitarra y otra me la ponía en la cadera pero muy para atrás, para que no se me pudieran ver, hasta que un día, cantando una canción que era no era puramente flamenca, saqué las manos con mucho miedo y me puse a moverlas. De pronto vino gente al camerino a mirármelas de cerca y me dijeron que eran preciosas y por qué no las utilizaba más".




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Desde aquel momento acabó su complejo, sacó las manos de los bolsillos y las dejó que junto a su voz se expresaran con toda la fuerza que sólo ella sabe darles.

Tras su debut en El Duende se pasó a otro conocido tablao de Madrid, "Los Canasteros", cuyo propietario era el mismísimo Manolo Caracol, el cantaor se sintió prendado por el arte de la niña, a la que siempre animó:

"Sigue así Rocío, no desfallezcas nunca y llegarás muy lejos, que yo no me equivoco nunca"

En este otro tablao flamenco, Rocío actuaba casi "a pelo" tan sólo acompañada por un guitarrista y por las palmas que ella misma daba. Por ello, doña Rosario, su madre se solía quejar a Caracol de que a su hija no le hacían ningún montaje con varios guitarristas, bailaores y bailaoras flamencos, palmeros... como solía hacer con otros artistas que actuaban también en su local. A lo que el gran Caracol solía contestarle:

"A Rocío déjela usted, que todo lo que le ponga le sobra, sabe muy bien cómo llenar un escenario ella sola".

Y es que el arte sabe reconocer inmediatamente al arte. No ocurrió lo mismo con doña Cocha Piquer, a quien también Rocío conoció en aquellos años.


"Un buen día -explica Rocío, a quien no le gusta demasiado recordar esta desagradable escena de su vida- Concha Fernández me llevó a que conociera a su comadre Concha Piquer. Yo sentía por aquella mujer una admiración fuera de lo común, para mí era como una diosa y sus canciones las encontraba maravillosas. Eran las que mejor me sabía, desde los tiempos en que me había presentado a aquel concurso de la radio en Sevilla. Cuando me dijeron que cantara algo para ella interpreté "Mañana Sale" y "Romance de Valentía", dos temas que ella había popularizado. Me escuchó, me quitó del piano y se puso a cantar. A mí me ilusionó mucho oírla." Sin embargo, aquella ilusión se le iba a helar muy pronto al oír las palabras que acto seguido le espetó muy secamente la diva: "Niña, tú llegarás a donde quieras porque tienes una bonita cara dura" Rocío se quedó un poco asombrada ya que no sabía cómo tomar aquellas palabras si como un cumplido o como un insulto. Y por eso le preguntó por qué decía aquello. A lo que respondió: "Artistas ya consagradas no se han atrevido a cantar una sola de mis canciones y tú, que acaba de llegar del pueblo, tienes la osadía de hacerlo en mi cara."

Aquellas palabras iban a clavarse en su memoria para siempre y aunque prefiere no recordarlas, no puede olvidar aún en la actualidad el daño que le causaron a aquella niña, que sólo había pretendido rendir el más humilde de los homenajes a la cantante que tanto admiraba, cantándole alguno de sus temas.


Tras este percance, Manolo Caracol le dijo a su madre: "Señora, lo que le pasa a doña Concha es que su Rocío es la hija que ella hubiera querido tener, con esa voz."

Sus posteriores relaciones con la familia Piquer tampoco fueron mejores que aquel primer jarro de agua fría que recibió la muchacha, aunque ella hubiera deseado de todo corazón lo contrario. En efecto, en una ocasión la hermana de Concha Piquer, Anitín, le dijo con cierto soniquete sarcástico: "¡Ay chata, el disco que acabas de grabar con canciones de mi hermana es pura imitación!"  

Rocío Jurado nunca ha querido entrar en polémicas con otras cantantes por ver quién es mejor que quién. Eso no le ha importado, porque cree que lo verdaderamente importante es ser única, diferente y esto, no hay duda, lo ha conseguido. Por este motivo prefirió no contestar a aquellas palabras que le lanzaba otro miembro de la familia Piquer, para no enzarzarse en discusiones absurdas. El tiempo y su trabajo han dejado han dejado bien sentado que nunca jamás imitó a nadie y que creó su propio estilo.

También fue en aquella época cuando Rocío rechazó una actuación que debía realizar ante el jefe del régimen anterior, el general Franco. Lo cierto es que no actuó así por motivos políticos, ya que por entonces no tenía una formación política que le empujara a tomar aquella decisión, sino que rechazó la oferta porque la habían llamado como telonera.

"Me llamaron para ir a un festival que organizaba Franco en La Granja, yo era entonces muy osada, quizá por mi misma ignorancia. Me llamaron para decir que iba a abrir el espectáculo. Dije que no, como es lógico, no me volvieron a llamar más. Yo dije que no porque no iba a abrir un espectáculo, cuando estaba en mi tablao cerrándolo"



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Los primeros pasos, los que más cuestan, los más duros ya los había dado. Ahora que ya podía comer de su trabajo e incluso se permitía el lujo de rechazar algunas ofertas, como la de La Granja, sólo debía realizar el gran salto que le permitiera ser reconocida por todos.







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