2. LUCHANDO POR VIVIR
 

Rocío  Jurado

2. LUCHANDO POR VIVIR


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La situación económica de la familia, tras la muerte de Fernando, el cabeza de familia, se fue deteriorando rápidamente. Rosario, su madre; era una buena ama de casa, pero no estaba preparada para salir a la calle a trabajar y mantener a la familia y además, aunque Rocío a sus doce años era ya toda una mujercita, quedaban Gloria y Amador, sus hermanos, que eran todavía muy pequeños y precisaban aún todos los cuidados y atenciones de su madre.




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En pocos meses, el escaso dinero que había quedado después de la enfermedad y el entierro del padre, se esfumó rápidamente. Rocío se dio cuenta enseguida de su responsabilidad y desempeñó hasta sus últimas consecuencias el papel de hermana mayor. Quería ayudar a su familia a salir de aquel bache y para ello se hizo cargo de la zapatería de su padre. Allí acabó todos los encargos que habían quedado pendientes, pero ni tenía el oficio de su padre ni tampoco los clientes que hasta entonces acudían desde Madrid o desde Sevilla, siguieron realizando pedidos.

“Con el trabajo que hice en la zapatería pudimos pasar el verano mal que bien. Después tuvimos que dejar la casa e irnos a vivir con mi abuela”

 En efecto, las deudas se iban acumulando y muy pronto ya no podían ni pagar la casa en la que vivían y por ello su abuela Rocío, que tanto empeño había mostrado siempre en mantener unida y a flote a la familia, les dio cobijo. En casa de su abuela vivían también tres hijos más, por lo que Rocío era consciente de que no podían permanecer de brazos cruzados, sino que debía seguir trabajando para ayudar en lo que fuera a todos los suyos.





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El temperamento que en su carrera artística le haría famosa, también fue el responsable de que aquella mocosa que todavía no había cumplido los trece años actuara como una verdadera mujer, llena de fuerza y arranque, trabajando en todo lo que le salía sin importarle lo duro que pudiera ser y sólo pensando en la necesidad de traer un sueldo a casa. Así se metió en un taller de modistas en el que sólo hacía sobrehilados y dobladillos para coger el oficio. Este trabajo lo simultaneaba con todas las tareas de temporada en el campo.

“Me iba al campo con cuadrillas de mujeres a recoger la uva, las patatas o los guisantes. Mi abuela no quería que trabajara en el campo, pero yo  me escapaba y traía el sueldo a casa. Mis manos llegaron a estar llenas de callos, pero había que ayudar costase lo que costase”

Pero aquel no era el camino que ella se había trazado y para el que estaba dotada. Quizás por eso el destino, entre tanto pesar, le permitió un golpe de suerte, que ella explica así:

“Entonces ocurrió el milagro: a mi tía Caridad la operaron de amígdalas en Sevilla y resulta que me fui allí con mi madre para verla y dio la casualidad que en la misma clínica me encontré a un chico de Chipiona que estaba haciendo la mili y que tenía una prima que trabajaba como locutora en Radio Nacional de Sevilla”

Como todo el mundo en Chipiona, aquel muchacho también sabía el deseo de Rocío de hacerse cantante y por ello la acompañó a ver a su prima. En el despacho de la locutora, ésta le pidió a Rocío que cantara y ella, un poco cortada al principio, pero resuelta a aprovechar aquella oportunidad única, cantó. Al oírla le dijo: “Cantas muy bien. Preséntate ahora mismo al concurso”

 

Se refería a un concurso que hacían en la emisora con cantantes noveles. Rocío convenció a su madre para que la dejara presentarse y ésta, que todavía no se había sobrepuesto de la pérdida de su marido y que no quería añadir más penas ni frustraciones a su hija, accedió finalmente. Quizá si hubieran estado en Chipiona su abuelo Antonio no lo hubiera consentido, pero al estar en Sevilla, todo fue más fácil.


Se presentó y además ganó aquella primera fase. El premio consistió en una botella de gaseosa y doscientas pesetas.

“Poco contenta que estaba yo con aquel premio” comenta la cantante recordando aquel primer galardón y la ilusión con la que lo recibió.

Para participar en las diferentes fases y eliminatorias del concurso tuvo que desplazarse numerosas veces a Sevilla. A todos volvía loca con el dichoso concurso y parecía que no existía otra cosa en el mundo. Aquel disloque terminó bien, pese a lo reñida que estuvo la final, ganó el primer premio cuando sólo contaba catorce años de edad. Esta vez el premio fue más gordo:

“Gané unas medias de nylon, que me hicieron mucha ilusión aunque yo todavía no las utilizaba. Además me dieron un corte de tela para un vestido, una combinación  y otras doscientas pesetas con las que, por cierto, me compré unos zapatos”

Mientras duró lo de los concursos radiofónicos de Sevilla, su familia consintió en llevarla a una academia que tenía en aquel entonces mucha fama: la de Luis Rivas, para que aprendiese “Romance de valentía”, que era lo que entonces cantaba todo el mundo, ya que Concha Piquer estaba en lo más alto de su carrera. En aquella academia duró sólo un día. Ella recuerda la anécdota y la explica así:

“Cuando me tocó el turno de aprender la canción el pianista se puso a tocar como el que va en una moto y además yo no tenía el tono que solían tener las niñas de mi edad, el mío estaba más hecho. Así que le agarré la mano y le dije que así no podía cantar porque iba demasiado deprisa y además aquel no era mi tono. El maestro se molestó muchísimo y me contestó muy enfadado: “Como por lo visto sabes tanto, guapita, no necesitas estar en esta academia”, y con las mismas me echó a la calle”

Así que después de esta cortísima lección, tuvo que buscarse otra renombrada academia, la de Adelita Domingo, al a que acudía cada vez que necesitaba aprender una nueva canción para participar en los concursos. Esa mujer sí que supo comprender perfectamente a la pequeña Rocío, que con su ayuda lograría ganar el primer premio. El participar en la radio y el ganar el concurso no hizo más que meterle en el cuerpo aún más el veneno del cante. A todas horas estaba con la misma murga y no pensaba en otra cosa. Pero en aquellos años lo de dedicarse a la música era casi lo mismo que dedicarse al “oficio más viejo del mundo”, de ahí la férrea oposición de la familia de Rocío que no querían que aquella niña de catorce años cayera en manos de algún desaprensivo que, abusando de su inexperiencia y aprovechándose de su ilusión, la introdujeran en un camino equivocado del que ya no habría retorno.


Su abuelo Antonio, harto de tanta tontería le dio una paliza tremenda para ver si así se le pasaba la tontería a la niña y de momento pareció que esta técnica dio buen resultado. Pues durante los meses siguientes Rocío no volvió a repetir la cantinela de que quería ser artista, para que no la volviesen a zurrar.





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Sin embargo, por dentro tenía la firme voluntad de dedicarse a la que desde muy niña había sido su vocación: la música.
Ella sabía que su padre nunca había aceptado su vocación y por ello todavía era más firme la oposición familiar ya que su recuerdo tenía aún mucho peso entre los suyos. Por eso tampoco quería hacer sufrir más a su madre y esperó a que se presentara una mejor ocasión para insistir de nuevo en el tema.


Esta nueva oportunidad se presentaría poco después, en efecto, la Hermandad del Trabajo solía realizar cada año unas jornadas espirituales, al término de las cuales se organizaba una gran fiesta. Rocío, que solía cantar en las bodas y bautizos de familiares y amigos en Chipiona, fue invitada a participar en aquella fiesta. Esta vez contó con el permiso de su familia, ya que se trataba de algo sin más trascendencia, aunque aquella pequeña intervención cambiaría por completo el curso de su vida.

“Yo deseaba cantar con todas mis fuerzas, aunque de entrada me cortaba un poco, ya que siempre he sido un poco tímida. Lo que ocurría era que en cuanto cantaba la primera canción y escuchaba los primeros aplausos, me lanzaba sin miramientos. Mi actuación en aquella fiesta gustó muchísimo. En ella estaba un abogado de Madrid con su mujer que grabó todas mis canciones.”

Aquel abogado al llegar a la capital de España, contactó con el directivo de Televisión Española, (a quien nunca conoció Rocío y del que ni siquiera supo su nombre), pero que supo reconocer el arte de aquella chiquilla, con tan solo oír aquella grabación casera. Por ello quiso escucharla en directo para darle la oportunidad de iniciar su carrera. El abogado escribió a los Mohedano explicándoles todo el asunto y rogándoles que acudieran a la capital de España para ponerles en contacto con aquel directivo. Aquella parecía ser la ocasión que tanto había esperado y además, su familia había conocido al abogado, que era un señor muy serio y respetable, por lo que no había nada que objetar.


Rocío estaba como loca de contenta y ya se imaginaba actuando en la pequeña pantalla para todo el país y siendo una cantante de éxito nacional. Sin embargo, todo ello iba a tardar todavía mucho en llegar. Tenía que recorrer aún un difícil camino en el que dejaría jirones de piel y muchas lágrimas.

No se paró a pensar ni un solo instante en que, de nuevo su familia y al frente de ella su abuelo, iba a decir que no.

Pero esta vez Rocío no iba a aceptar esta decisión ahora que se veía tan cerca, en su ilusión infantil de llegar a la meta que siempre había soñado. Esta vez, ni siquiera, los azotes del abuelo iban a poder con ella. En todo este empeño, Rocío no estaba sola, contaba con la ayuda y el apoyo de su abuela, que intentaba interceder por ella y lograr convencer así a su marido para que dejara viajar a la niña. Si terca era ella, más terco era el abuelo. Por ello Rocío decidió tomar unas medidas más drásticas con las que demostrar a los demás que estaba dispuesta a todo con tal de lograr su objetivo.
Se declaró en huelga de hambre.




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Quizás fue la primera española en tomar estas medidas que por aquella época no resultaban muy corrientes, aunque años después serían adoptadas en muchas otras propuestas sociales. ¡Quién sabe si ya fue la pionera!


En el fondo, Rocío contaba con el gran cariño que le profesaban en su familia, quienes no iban a dejarla morir de hambre, ni tan siquiera que se debilitara o se pusiera enferma y por lo tanto acabarían por ceder.

La broma duró siete largos días en los que la mayor de los Mohedano se negó a probar bocado hasta que no la dejaran viajar a Madrid. Cada comida era un verdadero suplicio para todos. Su abuelo que opinaba que lo que le hacía falta eran dos buenos tortazos y que ya vería si comía. Su abuela intercediendo por ella, contestando que con tortazos no se arreglaban las cosas difíciles, su madre rogándole que comiera algo que se iba a poner enferma y sus hermanos pequeños, ayudándola y llevándole comida a escondidas de los mayores para que pudiera seguir haciéndoles creer que no pensaba comer nada hasta ver cumplido su deseo.




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Por fin el abuelo Antonio se la llevó aparte y sostuvo con ella una larga conversación, Rocío, que también sabía meterse en el bolsillo a su abuelo logró convencerle.

“Mira abuelo, yo quiero ser artista, me gusta mucho cantar, es lo que más me gusta en el mundo, además, tengo que solucionar mi vida, no puedo seguir viviendo a costa de tu buena fe”

 

Fue lo que aquella jovencita le dijo serenamente a su abuelo, después de haber sostenido aquel tira y afloja con la huelga de hambre.
Eran las suyas unas palabras tan sensatas, que lograron ablandar finalmente el corazón de su abuelo, quien consintió en dejar marchar a la pequeña Rocío a la capital de España, aunque con la secreta convicción de que aquella iba a ser una experiencia desastrosa, con la que se desengañaría para siempre. Naturalmente, como Rocío era todavía una cría, su madre la acompañaría en aquella primera aventura y desde aquel momento se convertiría para ella más que en una madre protectora y defensiva, como las que solían acompañar a todas las folclóricas que se preciaran de serlo, en una verdadera amiga con quien compartir todas sus inquietudes e ilusiones.

 

“Mi madre era lo más grande que yo he tenido nunca, era mi compañera, mi amiga, mi ayuda. Era muy madre, esa que todo el mundo quisiera tener. A ella le hacía yo todas mis confidencias, yo creo que incluso ahora que ha muerto, está conmigo y yo muchas veces me sorprendo rezándole a ella y a la patrona de mi pueblo, la Virgen de Regla”




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Una vez estuvo todo decidido, el abuelo les dio ocho mil pesetas con las que hacer frente a los gastos de los primeros meses, hasta que decidieran lo que iban a hacer, si seguir adelante con las tonterías esas del cante o bien sentaban la cabeza y volvían al pueblo, en donde la niña podría encontrar una buena colocación.

“Recuerdo una noche horrorosa en el tren, en un vagón de segunda que iba con un traqueteo tan tremendo que nos dejaba las cabezas locas, las narices llenas de hollín... llegamos las dos mareadísimas y nos instalamos en una pensión horrorosa que no sé por qué, olía a medicina”

 

Por fin Rocío había conseguido su propósito de viajar a Madrid y realizar aquella importante entrevista. No obstante, aquella iba a ser otra etapa durísima en su camino hasta la fama.








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