Querida Rocío
Por: Natalia Figueroa
Texto escrito, en junio de 2006, por Natalia Figueroa, esposa del cantante Raphael.
Me piden que te dedique unas líneas y no puedo negarme. Pero qué difícil.
Me gustaría decir muchas cosas y estoy segura de que no voy a saber decir casi nada. ¡Se ha escrito tanto y tan bonito de ti estos tristes días...! Quisiera evitar los lugares comunes, los tópicos en los que resulta tan fácil caer.
Nos conocimos cuando actuabas en «Los Canasteros», ¿te acuerdas? Qué jóvenes éramos las dos y cuánta lluvia ha caído desde entonces. Una noche fui con mi padre a verte al teatro. Y me dijo: «Si esta mujer con este físico y esta voz no se convierte en una grandísima estrella, es que todos nosotros somos muy brutos». No debemos haber sido tan brutos: eres una artista inmensa.
Que la persona esté a la altura de su personaje no suele ser tan frecuente. En ti, sí. La Mohedano y la Jurado son un 10. La cantante de Chipiona, extraordinaria. El ser humano, colosal. La palabra generosidad tiene que escribirse con letras mayúsculas si se refiere a ti. Y es una de las palabras más grandes del diccionario.
Eras, eres, serás. Voy a borrar el verbo en tiempo pasado. Eres, serás. Sí, mucho mejor así. Me sacuden estos días las imágenes de tu vida. Como ha dicho Pedro Almodóvar, la enfermedad te hizo crecer. Te agigantaste. Entró en ti el dolor, de golpe, y no logró hacerte débil ni cobarde. Todo lo contrario: nunca te vimos tan valiente, tan serena, tan fuerte. Tan llena de luz. Desde aquella aparición en el jardín de tu casa, después de tu primera, larga y grave operación, has dado un ejemplo constante de muchas cosas.
Al hablar hoy de ti hay que escribir, junto al tuyo, el nombre de José: ese señor de los pies a la cabeza, ese compañero que tuviste la suerte de encontrar y que su suerte hizo que te encontrase. A tu lado siempre, con una categoría y una dignidad admirables. Y Rocío, tu hija, ayudándote a luchar. Pegada a ti.
La última vez que estuvimos Raphael y yo contigo fue en el Hospital de Montepríncipe de Madrid. Salimos profundamente emocionados. Tanto, que el silencio nos aplastaba en aquel ascensor, mientras salíamos de la clínica. Tus palabras, tu serenidad, tu mirada, tu fe y tu coraje nos sacudieron. Jamás olvidaremos aquel momento, te lo aseguro. «¡Quédate siempre y no te vayas!», te escribió Rafael Alberti. Eres, serás. Los costaleros te mecían ayer al entrarte en la Iglesia, como se mece a los «pasos» en Chipiona. Y la Salve Rociera hizo llorar hasta a las piedras.
Te has quedado aquí, Rocío. Vives.
Tu casa está dentro de José y de tus hijos.
La ausencia se convierte en una presencia absoluta.
Eres y serás. Siempre.
www.lamasgrande.es